Y llegó a mi vida la madera…
Hoy, 27 de
Febrero de 2015, mi padre - Marcelino Vera- hubiera cumplido 110 años
Se adelantó el banco carpintero
y ocupó el corredor.
Llegaron la garlopa y los formones.
Sentí después tu presencia,
llegaron tus silencios,
la seriedad de tus pasos sin
rumbo,
tu mirada atravesando paneles invisibles
y el tiempo, siempre el tiempo.
Desde el corredor me observaste,
como siempre, escribiendo.
“El mundo no fue como pensamos”, me dijiste
“No lo es”, te respondí
“pero llegarán otros que lo harán mañana”, continuaste
y yo te sonreí,
como siempre
sonrío a la esperanza.
El amor trajo tu banco, el berbiquí,
las gubias, las barrenas,
llegaron después tus manos ebanistas.
Desde el salón las escuché,
acariciando mi escritorio,
sintiendo la nobleza de sus materiales.
Y regresó la voz con la que al verla por primera vez dijiste:
“Por fin dejaste que llegara a tu vida la madera”
En esa voz de amargo vino,
madera significó poesía.
En esa tarde,
significó lo mismo Madrid y primavera.
Comprendí entonces, comprendí
cómo esperaste que el niño que fui algún día
llegara a tu taller,
llegara a sus serrines y a tu cajón de herramientas,
llegara a sus serrines y a tu cajón de herramientas,
mirase los tableros,
tocara la prensa vertical,
tocara la prensa vertical,
el mueble que surgía,
comprendí como te hubiera gustado que todo lo mirase
con el asombro con que miraba un libro.
Y ahora puedo verlo,
lo veo al mirar este banco.
lo veo al mirar este banco.
Nunca entré, nunca supe llegar
con la sorpresa con la que descubría el mundo.
La bronquitis fue la excusa,
el miedo a los serruchos,
el riesgo de que el niño se tragara los clavos
como el día que se tragó una espiga.
Por suerte tuvimos a la Nena
y ella fue tu aprendiz de lijas y barnices,
de punzones y limas, la alegría.
“Por fin dejaste que llegara a tu vida la madera”
Y en esa voz de tabaco negro
la madera fue oro sólido,
fue pan,
fue barro constructor del universo
las seguetas
y lo dejó en la puerta de mi biblioteca,
porque estaban los libros,
lo que sí nos unía,
el papel, la tinta, los lápices,
lo que si nos unía,
Dostoievski, Melville, Chéjov,
Julio Verne, las fábulas,
el Olimpo y la mitología,
la enciclopedia de la segunda guerra mundial,
los viajes de Pierre Loti,
las novelas de Blasco Ibáñez, Kafka y Tolstoi.
Lo que sí nos unía.
“Déjame ver tus manos” te digo
“Cómo es la cera de tus huesos,
la laca de las molduras de tus dedos.
Déjame verte en esta casa llena de maderas”
Quiero saber qué cenizas, que éter, qué misterios
nos quedan cuando se cumplen 110 años.
“¿Cuántos vas a cumplir tú?” me preguntas
con la curiosidad con la que siempre recibiste mis respuestas.
“65, pero no hablemos de eso”
Llegaron los clavos, los martillos,
llegó la sierra,
aquellos verbos que sí retuve:
lacar, patinar, estarcir, ensamblar.
Llegaron los clavos silenciosos
con el dolor de los años en que no debías hablar,
ni yo decir qué pensabas, ni quién eras tú en realidad.
y en la noche a solas me preguntas,
aunque no necesitas las respuestas,
cuántos nietos, cuántos bisnietos, cuántos sobrinos,
no te hizo falta preguntar por los muertos.
Me preguntas por todos los Vera,
por los Rodríguez, los Oña, los Yébenes
de tus hermanas,
de tus hermanas,
por el flamenco,
los jureles, la Puerta de Purchena,
por las puestas de sol y el vino tinto,
quieres saber si aún venden boinas,
si sigo sin apreciar el caldo con yema.
Te pregunto si juegas allá con el perro Moro
al perdón infinito,
si hace buen clima y se atempera
el frío Soriano y el sol de Andalucía.
La madrugada nos pilla por sorpresa,
llega la escofina, el tapaporos,
el barniz sellador.
No hablamos de política,
no es una conversación para los cumpleaños,
no quiero que se pongan más oscuros esos ojos de sombra
Preguntas entendiéndolo
“Una copa de fino y unas gambas de Almería” te respondo
“Rojas, no se te olvide,
que las decepciones no nos quiten los anhelos”,
genio y figura, pienso.
El amor puso tu banco, frente a mi escritorio,
la luna sobre el mar,
viento en la cordillera,
la noche en las estrellas,
los clarines al alba y
llenó la casa de pieles y cálidas virutas
que llevan tu nombre
Padre,
tu inolvidable nombre
con la M mayúscula,
con la mágica M de la buena madera.
Me queda tu pregunta
“¿Qué me vas a regalar tú que fuiste tan cumplido?”
La repito en las horas de la madrugada
cuando el tiempo puede romper su estructura,
la música de su propia secuencia
y se convierte en un tren que avanza o que regresa
por los años por vivir o los vividos.
En ese tren vuelvo a la casa,
a la única casa a la que siempre volvemos
y te veo salir,
tu sombra a través de los vidrios granulados
de la puerta del cuarto de estar de Lagasca.
Te veo salir despacio,
barajando unos naipes con una sola mano.
Todos duermen: Mamá, Candelitas, la Tata.
Te veo salir como un actor del cine en blanco y negro
Y yo me levanto, Padre
Y voy a tu taller,
donde el banco, la gubia, los tornillos,
donde serruchos, martillos y garlopas,
preparo el barniz,
mojo la muñequilla de algodón,
¿Dónde está el aceite de linaza?
Y barnizo yo solo los cajones de la cómoda,
¡No!, mejor los estantes de la librería,
ese mueble que junta tu mundo con el mío
Trabajo la noche entera, Padre,
sin saberlo, todo lo sabía.
Mañana encontrarás hecha la faena
y tu corazón sabrá
que las cosas ocurren cuando ocurren
y que todo es amor...
este misterio.