viernes, 21 de febrero de 2014

Miguel Hernández el de Orihuela


Después de Lorca, el representante de la Generación del 27 que más honda huella me dejó fue el alicantino Miguel Hernández, el más jóven de aquel grupo de poetas que tuvieron su momento de esplendor antes de la guerra civil española, aunque algunos autores lo consideraron Generación del 36.

Me unió a él el paisaje: saber que vivió a pocos kilometros de la Jumilla de mis veranos mágicos. Me unió la admiración por alguien que tuvo escaso tiempo de ir a la escuela y pronto se convirtió en pastor de cabras,  Pude imaginarlo llevando esos rebaños similares a los de los campos de Jumilla. Sus biógrafos cuentan que buena parte de sus lecturas las hizo mientras pastoreaba y pastoreando escribió muchos de sus poemas. Poseía el don de la poesía.



Me unió a él saber que se alistó al bando republicano y que al terminar la guerra fue encarcelado por Franco. Murió en la carcel en 1.942, antes de cumplir los 32 años. A pesar de ello dejó algunos de los poemas más hermosos de la lengua castellana del siglo XX. En otros post hablaré más de su vida. Hoy quiero centrarme en el poema que primero me cautivó, la elegía a la muerte de su amigo José Marín Gutierrez, que adoptó el pseudónimo de Ramón Sijé.

ELEGÍA A RAMÓN SIJÉ 

(En Orihuela, su pueblo y el mío, se
me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
a quien tanto quería)

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas

daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado
que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irá a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.

Con estos cuatro últimos versos despedí hace apenas un año a mi amigo Raúl Herrera, respondiendo al poema de Amado Nervo con el que él, a su vez, se despidió de nosotros.

Su elegía fue conocida años despues en todo el mundo, interpretada bellamente por Joan Manuel Serrat.