miércoles, 30 de julio de 2014

La generación del 27 (3): Rasgos Generales


Vuelvo al Manuscrito de abril de 1.967 aún en mis 16 años al capítulo Rasgos Generales


"Nos encontramos ante una generación poeta. Una generación que exprime su mirada poética sobre España de una forma incomparable en nuestra historia y antes de proseguir nos encontramos con una pregunta ¿Grupo o generación?

Hace más de unp siglo que los criticos literarios juegan con estos dos conceptos cuando analizan los movimientos literarios sin consecuir en nada cierto, Vamos entonces a intentar meternos entre ellos, nuestros poetas y ver todo lo que les une y les separa. Pedro Salinas, Gerardo Diego, Jorge Guillén, Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre, Federico García Lorca y Rafael Alberti constituye el núcleo central de esta Generación. Después se le agregan Altolaguirre, Cernuda y Miguel Hernández. Son estos los nombres que a pesar de su importancia, muchos conocen poco y sin embargo se escurren entre los labios para hacerse meteoros ante la luz solar de la poesía.

A) Existe entre ellos como primer factor la coetaneidad. Las fechas de nacimiento oscilan entre 1.892 (Salinas) y 1.903 (Alberti)

B) pero fundamentalmente tienen una profunda conexión, un sentido de grupo con conciencia de saberse núcleo, inmenso núcleo de la poesia española del momento en que vivian. Juntos inician una serie de vivencias que los hermanan como a saltarines amorcillos de Rubens. Se sienten poseedores del juego crucial entre las luces artificiales y la diáfana luz de los campos. Este sentido de grupo se acentúa y clarifica en momentos como la muerte del primero de ellos: Federico.

Dámaso Alonso lo llora así, recordando aquel viaje en barca que hicieron por el Guadalquivir cuando en diciembre de 1.927 son invitados al Ateneo por Sánchez Mejías

"¡Quien nos había de decir, Federico, mi príncipe muerto que para ti la cuerda se había de romper brutalmente, de pronto, antes que para los demás y que la marea turbia te había de arratrar, víctima inocente!"

¡Quien nos había de decir, Federico, mi príncipe muerto!. Es este un profundo grito, estremecedor grito, semejante a aquel de Espronceda en sus cantos a Teresa, que surge del fondo, no sólo de ellos, sus poéticos hermanos, también de todos nosotros, los jóvenes de hoy que miramos con acentuada nostalgia (no encuentro otra palabra) el volumen de palabras, y anémonas que se entierra con Federíco. Con nuestro Federico Garcia Lorca.

C) La formación de todos ellos es universitaria (exceptuamos a Miguel Hernández que se une despues desde su humildad de pastor de cabras). Esto supone un nudo más para aunar su posición en la Literatura española hasta ese momento.

D) Gozan del magisterio directo de Juan ramón Jiménez"

Y el escrito sigue acumulando rasgos que vendrán en la siguiente entrada de este blog.ahora quiero detenerme en Dámaso Alonso y su principe muerto.Una frase que aparece en su discurso "Una generación poética". Antes una breve referencia a su biografía



"Era muy de noche. El Guadalquivir, crecido, inmenso toro oscuro, empujaba la barca; la quería para sí y para el mar. La maroma, de orilla a orilla, que nos guiaba describía ya una catenaria tan ventruda que parecía irse a romper. Aún traíamos las risas de tierra, pero se nos fueron rebajando, como con frío, y hacia la mitad de la corriente sonaban a falso, a triste. Único entre todos, Federico no disimulaba su miedo. Tanto y con tanta ponderación lamentaba haberse embarcado, que primero creí que se trataba de una broma más, entre sus bromas. No: era auténtico terror; le salía de la carne al contacto de aquella fuerza negra, mugidora, fría.
Imagen de la vida: un grupo de poetas, casi el núcleo central de una generación, atravesaba el río. La embarcación era un símbolo: representaba los vínculos y contactos personales que ligan a los miembros de un grupo en conjunta florescencia: la amistad, el compañerismo, los compartidos sentimientos, los mutuos influjos... La cuerda guiadora era el designio de Dios, la proyección teleológica que lleva hacia una meta la actividad de una hornada de hombres, contando con la fuerza de la riada (que Él mismo también impulsa), pero a través de la riada... ¡Quién nos había de decir, Federico, mi príncipe muerto, que para ti la cuerda se había de romper, brutalmente, de pronto, antes que para los demás, y que la marea turbia te había de arrastrar, víctima inocente! Tú tenías como ninguno la risa alegre, la gracia genuina que a todos impregna y hace desarrugar el ceño más plegado; la sal de España se había concentrado en ti, apurada y avivada a lo largo de lentísimas eras; pero de vez en cuando te salían esos aullidos animales, terror oscuro que venía ¿de dónde?, ramalazos de un difuso presentimiento. Patente está por todas partes en las imágenes oníricas de tu obra; pero sólo a veces atravesaba como un relámpago las risas de tu amistad, las facecias de tu genial juglaría. ¡Aquel pavor tuyo de la barca...!"

Para finalizar traigo un poema de Dámaso que como adolescente madrileño me hizo sentir que debía sospechar del mundo que iniciaba.