sábado, 29 de marzo de 2014

Miguel Hernández encarcelado

Y en esta tercera entrada con la que termino mi paseo por la influencia de Miguel Hernández en mi visión poética del mundo, aludiré al otro nexo de contacto con el poeta alicantino: su época de preso político.

Al leerlo en mi adolescencia imaginé a mi padre preso en los mismo años, incluso desde antes, por los mismos motivos y bajo la misma dictadura.

Imaginé cómo debió ser para él enviudar de su primera mujer estando preso, el tiempo de no saber nada de los tres hijos que tenía. Me ayudó para ello la lectura de las "Nanas de la cebolla" que Hernández escribio en la misma cárcel de Porlier en la que ambos estuvieron, en la calle Torrijos de Madrid, ahora llamada Conde de Peñalver.

Joan Manuel Serrat lo contó en 1990, hace ya 24 años, en su famoso concierto de regreso a Chile restaurada la democracia.


El poema original es del "Cancionero y romancero de ausencias" y es el que sigue

    [NANAS DE LA CEBOLLA]

    La cebolla es escarcha
    cerrada y pobre:
    escarcha de tus días
    y de mis noches.
    Hambre y cebolla:
    hielo negro y escarcha
    grande y redonda.

    En la cuna del hambre
    mi niño estaba.
    Con sangre de cebolla
    se amamantaba.
    Pero tu sangre,
    escarchaba de azúcar,
    cebolla y sangre.


    Una mujer morena,
    resuelta en luna,
    derrama hilo a hilo
    sobre la cuna.
    Ríeta, niño,
    que te tragas la luna
    cuando es preciso.

    Alondra de mi casa,
    ríete mucho.
    Es tu risa en los ojos
    la luz del mundo.
    Ríete tanto
    que en el alma, al oírte,
    bata el espacio.

    Tu risa me hace libre,
    me pone alas.
    Soledades me quita,
    cárcel me arranca.
    Boca que vuela,
    corazón que en tus labios
    relampaguea.

    Es tu risa la espada
    más victoriosa.
    Vencedor de las flores
    y las alondras.
    Rival del sol,
    porvenir de mis huesos
    y de mi amor.

    La carne aleteante,
    súbito el párpado,
    y el niño como nunca
    coloreado.
    ¡Cuánto jilguero
    se remonta, aletea,
    desde tu cuerpo!

    Desperté de ser niño.
    Nunca despiertes.
    Triste llevo la boca.
    Ríete siempre.
    Siempre en la cuna,
    defendiendo la risa
    pluma por pluma.

    Ser de vuelo tan alto,
    tan extendido,
    que tu carne parece
    cielo cernido.
    ¡Si yo pudiera
    remontarme al origen
    de tu carrera!

    Al octavo mes ríes
    con cinco azahares.
    Con cinco diminutas
    ferocidades.
    Con cinco dientes
    como cinco jazmines
    adolescentes.

    Frontera de los besos
    serán mañana,
    cuando en la dentadura
    sientas un arma.
    Sientas un fuego
    correr dientes abajo
    buscando el centro.

    Vuela niño en la doble
    luna del pecho.
    Él, triste de cebolla.
    Tú, satisfecho.
    No te derrumbes.
    No sepas lo que pasa
    ni lo que ocurre.



    Es, sin duda, un poema terrible, sobre él escribí en 1.967 un resumen precipitado, imaginando que tendría algún día un hijo entre mis brazos: "no te derrumbes, no te despiertes, riete siempre, defiende la risa día tras día, noche tras noche, diente tras diente. Llegarán los besos, llegará el fuego a tu pecho, niño mío y en tu vida y tu risa yo seré libre."


    Finalmente encontré esta versión de las nanas cantada por el gran cantaor flamenco Enrique Morente


domingo, 9 de marzo de 2014

Miguel Hernández, el combativo

Junto al poeta lírico, creció un hombre comprometido con su tiempo y con los más desposeidos, que intervino en su mundo desde la fuerza de sus versos. Tanto, que al morir, un poeta ya notable como Pablo Neruda escribió:

"Recordar a Miguel Hernández que desapareció en la oscuridad y recordarlo a plena luz, es un deber de España, un deber de amor. Pocos poetas tan generosos y luminosos como el muchachón de Orihuela cuya estatua se levantará algún día entre los azahares de su dormida tierra. No tenía Miguel la luz cenital del Sur como los poetas rectilíneos de Andalucía sino una luz de tierra, de mañana pedregosa, luz espesa de panal despertando. Con esta materia dura como el oro, viva como la sangre, trazó su poesía duradera. ¡Y éste fue el hombre que aquel momento de España desterró a la sombra! ¡Nos toca ahora y siempre sacarlo de su cárcel mortal, iluminarlo con su valentía y su martirio, enseñarlo como ejemplo de corazón purísimo! ¡Darle la luz! ¡Dársela a golpes de recuerdo, a paletadas de claridad que lo revelen, arcángel de una gloria terrestre que cayó en la noche armado con la espada de la luz!"

En esta línea de compromiso combativo está el segundo poema que me conmovió de él: "Andaluces de Jaén"

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién,
quién levantó los olivos?

No los levantó la nada,
ni el dinero, ni el señor,
sino la tierra callada,
el trabajo y el sudor.

Unidos al agua pura
y a los planetas unidos,
los tres dieron la hermosura
de los troncos retorcidos.

Levántate, olivo cano,
dijeron al pie del viento.
Y el olivo alzó una mano
poderosa de cimiento.

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
decidme en el alma: ¿quién
amamantó los olivos?

Vuestra sangre, vuestra vida,
no la del explotador
que se enriqueció en la herida
generosa del sudor.

No la del terrateniente
que os sepultó en la pobreza,
que os pisoteó la frente,
que os redujo la cabeza.

Árboles que vuestro afán
consagró al centro del día
eran principio de un pan
que sólo el otro comía.

¡Cuántos siglos de aceituna,
los pies y las manos presos,
sol a sol y luna a luna,
pesan sobre vuestros huesos!

Andaluces de Jaén,
aceituneros altivos,
pregunta mi alma: ¿de quién,
de quién son estos olivos?

Jaén, levántate brava
sobre tus piedras lunares,
no vayas a ser esclava
con todos tus olivares.

Dentro de la claridad
del aceite y sus aromas,
indican tu libertad
la libertad de tus lomas.  

El poema fue musicado por Paco Ibáñez en una versión inolvidable que ha estado presente en casi todas las etapas de mi vida desde 1968. Aquí dejo la versión de su segundo disco Long Play publicado en 1.967. Aún lo guardo en mi discoteca y lo escucho en tocadiscos:



 Posteriormente, en la epoca de la transición democrática española,  el conjunto Jarcha hizo una versión que se convirtió en el himno de la provincia de Jaen uniendo sus voces andaluzas a la poesía de un alicantino y la música de un valenciano de origen vasco.